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miércoles, 23 de septiembre de 2015

CRÍTICA AKIRA (1988), POR ALBERT GRAELLS

SISTEMA DE CALIFICACIÓN: ☆ MALA BUENA MUY BUENA EXCELENTE

En 2019, sobre las ruinas de la vieja Tokio se levanta Neo-Tokio, una opresiva e inhumana megalópolis cargada de problemas como el desempleo, la violencia, la droga y el terrorismo. Las sectas religiosas y los grupos extremistas, aprovechándose de la insatisfacción de los ciudadanos, cultivan el mito de Akira, un niño cobaya depositario de la "energía absoluta" cuya resurrección significaría para Japón el amanecer de una nueva era.

Kaneda y Tetsuo son miembros de una pandilla de motociclistas llamada "The capsules", que se enfrentan en peleas callejeras contra otra banda llamada "The clowns" montados sobre potentes motos. En una de estas peleas, Tetsuo sufre un accidente causado por un extraño niño con aspecto de anciano, otro niño cobaya. A partir de ese accidente, Tetsuo no vuelve a ser el mismo. El ejército lo secuestra, y en un análisis descubren que su potencial psíquico es uno de los más grandes que hayan detectado, comparable al de Akira. Empiezan a experimentar con él y éste comienza a desarrollar poderes psíquicos rápidamente, los cuales exacerban sus miedos y frustraciones, transformando su personalidad.

Por otro lado, se encuentran Kay y Ryu, miembros de la resistencia, que intentan averiguar qué ocurre en las instalaciones del ejército situadas en la zona cero, lugar donde supuestamente explotó una bomba nuclear que destruyó la antigua ciudad y desencadenó la Tercera Guerra Mundial treinta años antes. En éste lugar es donde se encuentra Akira, que se descubre como el auténtico responsable de la explosión, al alcanzar el poder absoluto.

Producto de los experimentos del ejército, Tetsuo empieza a sufrir alucinaciones y desarrolla poderes psíquicos más allá de todo lo conocido. Esto lo lleva a creerse un dios y a enfrentarse al ejército buscando cualquier evidencia de la existencia de Akira, ya que se cree su sucesor y superior a él, pero la lucha por controlar sus indomables poderes lo lleva por el camino de la autodestrucción.

A todo esto, los grupos y sectas que adoran a Akira toman a Tetsuo como el nuevo salvador que sacará a Neo-Tokio del caos y la opresión. Y Kaneda, en la búsqueda de ayudar y a la vez castigar a su amigo, terminará enfrentándose con él en medio de una orgía de devastadora destrucción.


“Akira” termina por resultar la cúspide de la cinematografía de ciencia-ficción ciberpunk. La máxima de “Akira” reside en combinar la idea del cataclismo con la inestabilidad emocional adolescente. Basta con imaginar a un adolescente con poderes telequinéticos que crecen exponencialmente con sus emociones, e imaginar además las escenas de devastación más espectaculares que pueda atisbar la imaginación, y se consigue tener una idea de lo que ofrece “Akira”.

Tal es la potencialidad del relato de ésta película anime, que sirvió de inspiración para muchas propuestas poscursoras, como el disimulado remake en imagen real “Chronicle” (Josh Trank, 2012), la absurda “Lucy” (Luc Besson, 2014), o, en menor medida, “Looper” (Rian Johnson, 2012). Pero ninguna de esas obras llega a ser tan memorable como el film de Katsuhiro Ôtomo.

“Akira” es trepidante y adrenalínica. Al condensar un manga de seis tomos y dos mil páginas en apenas un par de horas, la película se vuelve apresurada y muy densa. Los hechos se suceden muy deprisa y muy rápido. Éste frenesí resulta muy acertado para mostrar ésta descomunal narración de la rebelión de la juventud, de la represión que sufre por las autoridades, por el descontrol y el caos que la juventud siente en un mundo descontrolado y caótico, y cómo el orden es rechazado por estos al representar la represión del descontrol y el caos. De cómo el vandalismo, las drogas, el terrorismo y el extremismo sectario religioso son las salidas de ésta descontenta juventud inconformista y rebelde por naturaleza. Y de cómo la juventud está desesperada por una deidad que los salve de éste apocalipsis.

Aunque el homónimo manga en el que se basa es mil veces mejor, no se puede negar que “Akira” es, no sólo una magnífica obra maestra, sino una de las mejores películas de la historia del cine. No sólo por la increíble animación que asombra por su detallismo y esplendor visual, también por la inolvidable música de Shoji Yamashiro.


Pero ésta obra maestra de la animación japonesa no es recordada sólo por su brillante apartado técnico, su asombrosa animación, el desenfreno (nunca mejor dicho) de sus escenas de acción, y la espectacularidad de un contexto escénico muy evidentemente inspirado en “Metropolis” (Fritz Lang, 1927) y “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982). “Akira” resulta inolvidable también por la historia que presenta, o mejor dicho, por las historias que presenta. En pocas películas se combinan tan bien tantas tramas. En la película podemos ver fuertes relaciones de amistad y amor, escenas de acción, carreras de motos, conspiraciones políticas, golpes de Estado, momentos de suspense, violencia, mucha sangre, un cataclismo apocalíptico… “Akira” abarca muchos temas y los combina de tal manera que puede presentarlos adecuadamente, sin parecer forzado ni innecesario.

Por un lado tenemos a la pandilla "The capsules", en la que encontramos a Kaneda (el jefe) y Tetsuo. El grupo de amigos motoristas evoca a otra obra maestra del cine, “West Side Story” (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961). En ésta disimulada adaptación de la obra de William Shekaspeare “Romeo y Julieta” la historia, al igual que en “Akira”, se contextualiza en una gran urbe, en éste caso Nueva York, y, como en “Akira”, hay dos bandas rivales, los Sharks y los Jets. En la banda de los Jets encontramos al protagonista, Tony, que nos recuerda vagamente a Tetsuo, y Riff, el jefe, que nos alude mucho a Kaneda.

En el film de Wise y Robbins los chicos de los Jets se muestran rebeldes ante las autoridades, sean gubernamentales, judiciales, policiales o, más ámpliamente, la de los adultos, la de de los padres, como también ocurría en “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955). En el multioscarizado musical apenas vemos personajes adultos, y estos tienen una presencia muy secundaria, no forman parte del mundo de los protagonistas. Las bandas son una muestra de rebeldía, de rechazo al mundo de los adultos, una negación de la autoridad de los adultos, y, del mismo modo que en “West Side Story”, eso también ocurre en “Akira”. Kaneda y sus amigos se muestran rebeldes o desobedientes ante soldados, policías y profesores, se oponen a formar parte de su mundo, y en el film de Ôtomo esa es una situación generalizada, no son sólo la banda de “The capsules”, es toda o la mayoría de la juventud de Neo-Tokio; por eso hay terrorismo, disidencia juvenil, manifestaciones de protesta, comunidad estudiantil descontrolada y vandálica, etc.


En el film también podemos observar un conflicto de vínculos, tanto a nivel personal como político. La relación entre Kaneda y Tetsuo no es recíproca, en el sentido que, para Tetsuo, Kaneda no sólo es su mejor amigo sino también un hermano mayor, mientras que, para Kaneda, Tetsuo no es más amigo de lo que lo son los demás miembros de la banda, y más que un hermano pequeño lo considera un subordinado. Tetsuo necesita de Kaneda que sea su hermano, no su jefe, que esté a su lado y no por encima de él. Tetsuo y Kaneda representan dos maneras de entender y ejercer la gobernabilidad. Kaneda es un jefe, mientras que Tetsuo es un líder. Cuando Tetsuo desarrolla su poder psíquico y los protestantes le siguen, él se pone por delante de ellos y no por encima de ellos, los lidera en vez de gobernarlos, los guía en vez de ordenarles. Cuando Tetsuo desarrolla sus poderes psíquicos, se enfrenta a Kaneda por relegarle a una relación de subordinación en vez de fraternidad, a un vínculo de sometimiento en vez de hermandad, a un trato de sumisión en vez de camaradería; mientras que Kaneda se enfrenta a Tetsuo por insubordinarse. Los sentimientos de Kaneda hacía Tetsuo son de egoísmo y posesión, mientras que los sentimientos de Tetsuo a Kaneda al principio son de admiración y adoración pero al final acaban siendo de desengaño y frustración.

A nivel político nos encontramos con un parecido conflicto de vínculos. El ejército y los políticos se culpan mutuamente del descontrol y desgobierno de la ciudad. El personaje de el coronel no cree en la eficacia de la política para conseguir el orden social en la urbe, mientras que los políticos actúan con el interés de mantenerse en el poder, gobernar la ciudad pero no servir a la población, incluso usar a ésta para sus fines políticamente egoístas. Es el caso de uno de los miembros del Consejo Ejecutivo, Nezu, una suerte de Frank Underwood, que lidera secretamente el movimiento de resistencia terrorista para promover el caos y el enfrentamiento civil y usar esa situación para tomar el poder. Con esa pretensión, Nezu convence al Consejo Ejecutivo para que destituya al coronel, pero éste se encabrona, da un golpe de Estado, disuelve el Consejo y hace detener a todos sus miembros. Lo que en un principio es un conflicto entre dos ramas del poder, el militar y el político, por sus diferentes maneras de entender y ejercer la gobernabilidad (tal como ocurre entre Tetsuo y Kaneda), termina siendo un enfrentamiento físico y directo (tal como ocurre entre Tetsuo y Kaneda).

“Akira” no sólo ofrece un impresionante espectáculo visual y animado. Quien busque acción en ella, la película no le defraudará, pero la propuesta de Ôtomo es mucho más. Es una historia de pasiones e intereses, de sentimientos y emociones. El contexto escénico y devastador del film no deja de ser una extrapolación de la situación psicológica y emocional de los personajes, de sus miedos y frustraciones, de sus esperanzas y ambiciones, de sus deseos y de sus recuerdos.

“Akira” es una película de visionado ineludible, no sólo para los fans del anime o de la ciencia-ficción ciberpunk, sino también para cualquier amante del cine.

Mi calificación es: