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domingo, 19 de octubre de 2014

CRÍTICA GONE GIRL (2014) . POR ALBERT GRAELLS

SISTEMA DE CALIFICACIÓN: ☆ MALA BUENA MUY BUENA EXCELENTE



Sinopsis: El día de su quinto aniversario de boda, Nick Dunne (Ben Affleck) informa que su esposa Amy (Rosamund Pike) ha desaparecido misteriosamente. Pero pronto la presión policial y mediática hace que el retrato de felicidad doméstica que ofrece Nick empiece a tambalearse. Además, su extraña conducta lo convierte en sospechoso, y todo el mundo comienza a preguntase si Nick mató a su esposa.

Muchos acusan a “Gone Girl” de ser bastante misógina, pero quienes digan eso no han entendido la película. Basándose en la novela y el guión adaptado escritos por Gillian Flynn (una mujer), David Fincher aprovecha el material dado para construir un descarado y a la vez sutil estilo bergmaniano.

Una de las cosas buenas que tenía Ingmar Bergman, y que se puede apreciar en algunos de sus films, como “Gritos y susurros” o “Saraband”, es que se inspiraba en la teoría topical lacaniana de lo Real, lo Simbólico, y lo Imaginario. Fincher hace lo mismo en “Gone Girl”. Lo Simbólico nos representa el punto de visto de Nick y el infierno que vive por la desaparición de Amy y la verdad que se esconde tras esa desaparición (y que aquí no toca desvelar), lo Imaginario representa el punto de vista de Amy y la distorsión que ello provoca sobre el caso de su desaparición, y lo Real representa los hechos reales que ocurrieron realmente.

La finalidad de la confrontación de estas tres partes que presenta Fincher basándose en la teoría de Lacan es que no importa lo que ocurriera, lo que en teoría hubiera ocurrido o lo que se supone que ocurrió. Sólo uno de los tres supuestos se tomará por verdad al imponerse sobre los demás, y cuando eso ocurra se convertirá en verdad, independientemente de que lo sea o no.

La finalidad de Fincher el recurrir a las teorías lacanianas no es aborrecer a la mujer, ni mucho menos criticar el arquetipo de ama de casa estadounidense aclimatada en los suburbios vecinales, como bien han pretendido remarcar de manera absurda algunos “críticos especializados”. La intención de Fincher con “Gone Girl” es parecida a la que tuvo Pasolini con “Saló o los 120 días de Sodoma”. En esa magnífica película del cine italiano Pasolini contextualizaba la historia en un ambiente de fascismo para criticar el capitalismo, puesto que para Pasolini el capitalismo era el fascismo. Fincher difiere un poco, pues critica también el capitalismo, pero contextualizando la historia en el farsante e hipócrita estilo de vida estadounidense, puesto que para Fincher éste se basa en el capitalismo.


En su juventud el filósofo, sociólogo y psicoanalista yugoslavo-esloveno Slavoj Zizek era un ferviente anticomunista, hastiado de la corrupción del sistema regido autoritariamente. Así que cuando se derribó el muro y se disolvió la Unión Soviética, seguramente Zizek debió bailar como un gitano. La ilusión que le provocó la separación de Yugoslavia en varios estados y conseguir un pasaporte que le definiera como esloveno le duró hasta que se sintió defraudado por el capitalismo, cuyo estilo de vida no había experimentado cotidianamente hasta ese momento. Desde entonces Zizek ha manifestado preferir la corrupción del comunismo a la hipocresía del capitalismo, de modo que quien escribe pondría la mano al fuego a que el último trabajo de Fincher encantaría a Zizek.

La visión que Fincher representa del capitalismo en “Gone Girl” coincide con la de Pasolini en “Saló y los 120 días de Sodoma”. La cultura de masas posibilitada por una democracia liberal como la de Estados Unidos crea una decadente sociedad de consumo abocada a una insostenibilidad asumida por la misma. Fijémonos, por ejemplo, en dos personajes del film, los padres de Amy. Son un claro ejemplo de la hipocresía, la falsedad y la perversión moral que se inculca en la sociedad de consumo. Los padres de Amy, en realidad, no desean encontrar a su hija, que les importa mierda, porque nunca la han querido. Lo que quieren volver a ver es la idea que tienen ellos de su hija, la perfecta Amy, la encantadora y fabulosa e increíble Amy; es a esa fantasiosa Amy a la que quieren y siempre han querido. Y ahí radica la moraleja de la película, lo que queremos representar y lo que queremos que nos representen, la perfección.

Si encendemos la tele y vemos los anuncios mayormente encontraremos publicidad de fajas para disimular la barriga, mágicos aparatos de abdominales, productos adelgazantes, etc. Los anuncios de colonias para hombre están protagonizadas por modelos con unos abdominales con los que se puede rallar queso parmesano, en los anuncios de hojas de afeitar para mujeres se ve como las modelos se pasan la cuchilla por unas piernas que ya han sido depiladas y que no tienen un solo pelo y que por lo tanto no necesitan ser afeitadas, y en los anuncios de ropa y complementos se ven a chicos y chicas de rostro bello y físico atlético.

Todo lo que nos venden para nuestro aspecto se reduce a la perfección masturbativa. Se nos educa para vender y comprar lo que nos hace mejorar nuestro aspecto y el de los demás, en vez de aprender a aceptar y convivir con nuestros defectos y con los de los demás. Fincher ya expuso esto mismo en “El club de la lucha”, pero en “Gone Girl” lo remarca de forma muy evidente. El modo de vida estadounidense urbanamente periférico se vislumbra como un esfuerzo no de conseguir una perfección inalcanzable sino de fingir dicha perfección a los demás y a nosotros mismos, engañándonos a nosotros y a los demás, siendo hipócritas al juzgar a los demás por como los vemos y como se muestran cuando en el fondo nosotros no somos mejores.


Para conseguir eso Fincher ha evitado con acierto aplicar la estúpida teoría freudiana del Ello, el Yo y el Super Yo, de la que lamentablemente se sirven una gran parte de las películas que se hacen. En “Gone Girl” los personajes de Nick y Amy tienen dos caras, una que es la que muestran al mundo, y otra muy distinta que es la que ocultan. Eso ocurre en la vida real, nos comportamos de forma muy distinta cuando estamos solos que cuando nos ven, nos comportamos de forma muy distinta cuando estamos con personas conocidas que cuando estamos con desconocidos.

Esta hipocresía, inevitable en la naturaleza humana, cuando se desarrolla en una sociedad de consumo liberal como la de Estados Unidos, puede volverse en una terrorífica psicopatía, capaz de anteponer a cualquier precio la cara externa a la personalidad interna. La visión de Fincher viene a decir que al cuidar menos las relaciones personales con nuestros seres queridos y centrarse más en el aspecto que mostramos a los demás, esto último termina por convertirse en nuestra vida, pues es la que ven los demás, la que sólo les interesa ver a los demás y la que sólo le interesa mostrar uno mismo. Cuando eso ocurre todo lo demás no importa, ni el afecto ni el amor, sólo el consumo y las apariencias.

A parte de la interpretación de Carrie Coon, la fotografía de Jeff Cronenwrth, el montaje de Kirk Baxter y la banda sonora compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross (fijo que todos ellos recibirán sus respectivas nominaciones al Oscar), quien escribe disfrutó sobradamente también del relato, pues la historia es claramente de telefilm de sobremesa que emiten las tardes de los fines de semana. Eso no es malo, ni mucho menos. La novela de Gillian Flynn podría haberse adaptado perfectamente en un telefilm de sobremesa de hora y media, y la historia seguiría siendo genial, y tan buena como para convertir esa posible adaptación en una obra muy apreciable. Pero en manos de un maestro como Fincher la obra de Flynn resulta en un inmejorable acabado de visionado ineludible.

Mi valoración es: